Sé que vas a hacerme daño. Sé que
dolerá, pero cada vez necesito arriesgar más.
¿Puedo jugarme otro pedacito? Otro más
con cada jugada. No sé si valdrá la pena apostar de nuevo y eso me
asusta. La inseguridad. La incertidumbre de no saber qué mano estás
jugando, sinceramente, me acojona.
Cuando te despiertas entre los brazos
de alguien, ese gesto producto de un pequeño resquicio instintivo al
miedo a perder algo que te importa, esa primitiva sensación de
necesitar proteger lo que, consideras, te pertenece.
Sentirte así. Una pieza delicada.
No recuerdo haberme sentido así muchas
veces. Quizá por eso me parezca algo tan especial.
Es un sentimiento tan efímero como el
aleteo de una mariposa.
Y sin embargo, quiero que me despiertes
arrancándome la ropa.