jueves, 8 de diciembre de 2011

Sólo quiero caminar por la calle y regalar sonrisas.

En realidad ya no sé que hacer, ni sé lo que quiero. Sólo siento que necesito salir de aquí, desvanecerme. Ya no me importa lo que esperen de mí porque ni si quiera yo sé lo que espero. Sólo siento el impulso de la vida que me llama. Siento que necesito serme suficiente, demostrarme que no necesito a nadie más. No quiero deberle nada a nadie, ni tan siquiera a mi sombra, sólo quiero caminar por la calle y regalar sonrisas. Aquí, por lo que parece, solo reparto disgustos, y me siento oprimida. No, ésta que está aquí sentada, escribiendo, no soy yo y estoy aburrida de interpretar este personaje tan estéril. Cansada de fingir estar sentada frente a unos papeles subrayados de rosa cuando mi mente está embotada en cientos y  miles de pensamientos completamente distintos a la vez. Es agotador tratar de ordenarlos y archivarlos en un pequeño cuaderno para sacar algo en claro de lo que pasa en esa maraña de palabras e imágenes que tengo en la cabeza. Sí, estoy cansada y ya no pienso aguantarlo más. Aquí y ahora empieza mi vida y lo que suceda ya es cosa mía, quizá descubra el precio de la felicidad.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

La belleza es una amante cruel.

Parecía salida de un sueño. Tan perfecta. Con su pálida y exquisita piel, cual porcelana fina. Los párpados suavemente cerrados, luciendo esas magníficas pestañas pulidas en ébano. De haber abierto los ojos hubiese hecho arder en las llamas de su influjo a quien osara mirarlos y tenía esos labios, dulces, del color de la pasión. Sin embargo, se veía tan delicada, tan frágil, mientras su terso y sutil pecho bailaba al ritmo de su liviana respiración.

No podía dejar de mirarla, anhelaba perderse en las olas del mar rojo de su pelo. Sentía el impulso de resguardarla entre sus brazos, protegerla con su cuerpo, como si una cálida brisa pudiese resquebrajar su depurada y gélida figura de mármol. Entonces, sintió miedo. Temió ser él quien la pudiera dañar.  Arropó delicadamente la esbelta escultura de su cuerpo, evitando su tacto, y salió de la cama. Se detuvo una vez más a mirarla y, sin atreverse a besarla por última vez, abandonó la habitación para no volver.